FELIX GARCIA
MORIYON
0. INTRODUCCION
Que
duda cabe que en estos momentos todos los que nos dedicamos profesionalmente a
la enseñanza de la filosofía en la educación secundaria (siempre es un nombre
mejor que el de enseñanza media), estamos un poco perplejos, otro poco
desorientados y un algo desanimados. En parte es una situación padecida por
todos los profesores, independientemente de la asignatura que impartan, sólo
que algo agravada en nuestro caso por la peculiar idiosincrasia filosófica,
siempre angustiada y dubitativa, y por la parcialmente justificada sospecha
de que nuestra asignatura no quedará bien parada el día que la famosa reforma
llegue a puerto.
Para
encarar esta situación algo difícil, parece necesario intervenir en diversos
frentes. El primero sería el de una clarificación del estatuto teórico de la
filosofía como saber específico y diferenciado, con un lugar en el conjunto de
saberes actualmente admitidos en la sociedad. El segundo intentaría
profundizar en la aportación que la filosofía puede hacer en el proceso de
formación de los adolescentes, es decir, en la de los alumnos que estudiarán la
futura enseñanza secundaria, tanto en
su nivel obligatorio como en el postobligatorio. El tercero es el de la
inmediata intervención práctica, pues en esta vida no sólo de racionalidades se
trata, sino también de luchas de poder e intereses; no prestar demasiada
atención a ello y dejar el campo franco a los demás es una prueba de ingenuidad
poco presentable en un mundo complejo y conflictivo. Pasaremos, pues, revista
a los tres apartados que acabamos de mencionar.
1. ESTATUTO TEORICO DE LA FILOSOFIA
1.1. Una cuestión problemática
Es,
posiblemente, el primer y más urgente problema que merece nuestra atención.
Tenemos la fundada sospecha -y la lo hemos dicho en otras ocasiones [1]- de que parte de nuestros
problemas proceden de la falta de claridad en el estatuto teórico de la
filosofía. ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de filosofía? Las
dificultades de coordinación en los seminarios, o la ruptura que con mucha
frecuencia se da entre la filosofía enseñada en 3º, en COU o en ética, tiene en
parte su causa y origen en el hecho de que los profesores de filosofía no
siempre estamos de acuerdo, ni siquiera en unos mínimos imprescindibles [1]. En muchas ocasiones,
cuando intento, por ejemplo, explicar un programa como el de Filosofía para
Niños, las resistencias mostradas por algunos profesores proceden también de
una clara divergencia en la manera de definir la filosofía.
Lejos
de mí el intentar resolver tema tan arduo en un artículo como éste. Cualquier
profesor de filosofía cuya educación no haya sido parcialmente descuidada sabe
sobradamente que casi todos los filósofos han gastado gran parte de su tiempo y
energías en hablar de qué es filosofía. Y en ello parece que siguen todos
comprometidos de una manera u otra, hasta el punto de que puede que sea una de
las características definitorias de este peculiar ámbito del saber humano. De
hecho, más o menos ese es el título del primer tema de la filosofía de 3º, y
no creo que haya ninguna otra asignatura que empieze clarificando su propia
identidad [1]. Por su interés para el
tema que nos ocupa, podríamos recordar la polémica suscitada en los años 60
entre Gustavo Bueno y Manuel Sacristán: la filosofía como un saber sustantivo
imprescindible y la filosofía como un saber fragmentario que sólo podría aparecer
al final de los estudios universitarios.
Entre
nosotros se suele apelar con excesiva frecuencia a reivindicar para la
filosofía una universalidad y generalidad así como un rigor crítico de los que
carecerían los demás saberes científicos. No creo que sea un buen camino, a no
ser que se resuelvan previamente dos dificultades de peso. Por una parte nos
enfrentamos al hecho de que la actual especialización no es sólo un producto de
una deformación intelectual, preñada de malas consecuencias. Eso ya lo había
denunciado Descartes y formaba parte del ambicioso programa pedagógico de
Comte [1], pero el problema es que
en estos momentos la acumulación del saber ha adquirido tales proporciones
que no parece tarea abarcable por una sóla persona ese planteamiento
generalizador o universalista y es posible que sea Piaget el único que
últimamente se esforzó en esa dirección, aunque con un trabajo
interdisciplinar. La misma filosofía académica se ha especializado enormemente,
hasta el punto de que puede resultar difícil que un "ético" entienda
a un "filósofo del lenguaje", y ambos sepan de qué habla quien se ha
centrado en cuestiones de filosofía de la naturaleza. Una cosa es reivindicar
que sea necesario mantener una cierta visión del conjunto, lo cual me parece
imprescindible, y otra es pensar que eso podrá ser hecho por la filosofía, tan
fragmentada como la que más.
Por
otra parte, algo parecido ocurriría al hablar del rigor crítico. No veo con
claridad por qué eso es patrimonio exclusivo de la filosofía, donde abundan los
especímenes caracterizados por la erudición y la repetición acrítica, mucho
más todavía en la enseñanza. Al mismo tiempo, una somera revisión de la
historia de la ciencia, o de otras dimensiones del saber humano como la
literatura, el cine o la pintura, nos hace ver que en ellas se ha cultivado con
rigor el espíritu crítico, dependiendo su propia supervivencia de esa
capacidad crítica [1]. No voy a negar ahora que
los que poseen el aire de familia de la filosofía muestran una mayor contumacia
inquisidora y han afilado un poco más la navaja, pero no creo que debamos
contentarnos con afirmaciones grandilocuentes que nos atribuyen la custodia del
templo de la crítica.
A estos
dos problemas se puede añadir un tercero que nos trae a todos un poco por la
calle de la amargura. Desde que alguien inventara la desafortunada metáfora de
la filosofía como tronco del saber del que se han ido desgajando con el tiempo
las ramas específicas, hemos entrado en cierta crisis de identidad. Parece que
nos quedamos para ultimidades universalizadoras, siendo el saber bueno y duro
propiedad exclusiva de la ciencia, a la que renidmos total pleitesia. Pasamos
de ser siervos de la teología a ser siervos de la ciencia. Los de Viena
asumieron en serio este papel y fueron consecuentes hasta el final; quizás
pudiéramos utilizar la escalera, pero desde luego había que tirarla al final.
Otros decidieron hacer de su capa ensayo
e hicieron gala de una ignorancia científica sin lagunas. Quizás ya
hayan pasado los tiempos del complejo de inferioridad, o de las reacciones un
tanto místicas, pero todavía siguen renqueando algunos dejes poco fructíferos.
Una versión menor del asunto es contemplar a muchos compañeros reduciendo una
introducción a la filosofía a un curso de divulgación de trivialidades
psicológicas, sociológicas o evolutivas. La relación entre ciencia y
filosofía, o el lugar que ocupa la filosofía en el conjunto de saber, se
plantea, pues, como problema acuciante, más aún teniendo en cuenta lo dicho
antes sobre la enormidad de los saberes en la actualidad.
1.2. Criterios de delimitación
No
podemos esperar a resolver todo lo anterior para echar a andar. Además, ya
estamos andando y algo estamos haciendo; cuando menos somos profesores de
filosofía y damos clase de nuestra disciplina. Sin abandonar los problemas
planteados, y más bien como camino para ir aclarándolos y precisándolos, me
parece oportuno ofrecer tres criterios positivos que sirvan como señas de
identidad.
a) La filosofía se caracteriza por un conjunto de
procedimientos racionales. Aprender a razonar con corrección ha sido, sin
duda, una de las obsesiones de los filósofos, radicalizada algo más en algunos
momentos, pero presente siempre. Parte del supuesto de que la razón, en un
sentido amplio y no cerrado del término, es el instrumento más potente que
poseen lo seres humanos para hacer frente a los numerosos problemas que les
afectan, y mantiene que en el correcto uso de la razón es nuestra propia vida
lo que está en juego. El cuidado en el razonamiento formal e informal, por
utilizar dos conceptos de carácter general, constituye su centro de atención.
La discusión pública de las ideas, ofreciendo y exigiendo razones sólidas para
defenderlas, analizando los supuestos de los que se parte y las implicaciones
y consecuencias que se derivan de nuestras afirmaciones, forman parte del
bagaje constitutivo de la actividad filosófica [1].
Preservar
la capacidad de asombro y admiración ante lo que hay y acontece y cultivar la
capacidad de preguntarse incansablemente por el porqué de lo que ocurre son
actitudes y habilidades que se sitúan en el corazón mismo del filosofar. Quizás
sea eso que algunos psicólogos cognitivos actuales llaman habilidades de
razonamiento de alto nivel, y cuya enumeración en estos momentos puede
resultar innecesaria. Es, en todo caso, una preocupación por nuestra manera de
pensar, por la precisión en la formación y uso de los conceptos, por el dominio
del lenguaje, pues de lenguaje se trata siempre en filosofía. Por eso algunos
filósofos en la actualidad hablan del giro lingüístico, volviendo a los propios
orígenes, a lo que los sofistas, Sócrates o Platón habían analizado ya entonces
con cierta precisión. O por eso se puede decir también que la filosofía es una
actividad de segundo orden en la medida en que más que centrarse en los datos
que nos proporciona la experiencia o la actividad científica, se centra en lo
que desde esas instancias "se dice" sobre la realidad.
b) La filosofía se caracteriza por un conjunto de temas que
ha venido discutiendo durante los últimos 2.500 años [1].
No se puede decir que todos los grandes filósofos hayan tratado todos los
temas, ni tampoco que alguno se nos pueda escapar en esta enumeración, pero
todos ellos son significativos. El primer bloque temático se enfrentaría al problema
de lo que hay, de la realidad, desde la física hasta la realidad trascendente
de Dios. Un segundo bloque gira en torno al problema de la verdad y a los
procedimientos que pueden ayudarnos a alcanzar la verdad. El tercer bloque
tiene que habérselas con la díficil cuestión de pensar en el bien y la
felicidad, tanto en su dimensión individual como en la social y política. El
cuarto bloque, algo más descuidado en la tradición clásica, viene definido por
la reflexión acerca de la belleza. Proporcionando quizás algo de unidad y continuidad
a los cuatro bloques, estaría siempre peresente la pregunta por el sentido del
ser humano y de todo lo que le rodea: ¿qué hacen unos seres como nosotros en un
sitio como este?
A
ninguno de los lectores les costará mucho esfuerzo desglosar esos cuatro, o
cinco, grandes bloques en los correspondientes temas específicos o subtemas.
Tampoco tendrán muchas dificultades para reconocer un parecido obvio con las
famosas cuatro preguntas kantianas o, si nos alejamos un poco más en el tiempo,
con los llamados trascendentales del ser, "unum, verum, bonum,
pulchrum". No pretendemos en ningún caso ser originales, a no ser que con
razón se establezca un estrecho parentesco entre la originalidad y la vuelta a
los orígenes.
c) La filosofía se caracteriza por tratar problemas [1]. Desde Aristóteles hasta
Nicolai Hartman, por poner dos ejemplos muy distantes en el tiempo, se ha
tematizado el concepto de problema para convertirlo en eje central de la
reflexión filosófica. Sin mayores precisiones por el momento, un problema se
plantea cuando tenemos dos posiciones, (teorías, tesis, hipótesis, etc.) que están
enfrentadas, disponiendo ambas de buenos fundamentos o buenas razones a su
favor y siendo difícil encontrar una solución. Se refieren además a cuestiones
de interés para nuestra vida, por lo que merece la pena intentar resolverlos.
Se pretende encontrar una solución, pero en el momento en el que esto ocurre,
ya dejamos de estar enfrentados a un problema. En gran parte, la fecundidad de
una respuesta se mide por los nuevos problemas que plantea, es decir, por los
nuevos horizontes de indagación y curiosidad que nos abre.
Podemos
hablar de problemas en sí, es decir, de cuestiones que parecen aporéticas,
difícilemente solucionables aunque también sea difícil soslayarlos. Recordemos
los tres temas que mencionaba Kant, Dios, la libertad y la inmortalidad, o el
problema del origen del universo, una vez más en primera plana de la
investigación científica y la reflexión filosófica. De una manera u otra son
problemas que nos acompañarán siempre y respecto a los cuales quizás lo más que
podamos esperar es una cierta clarificación racional. Otros problemas tienen
que ver con decisiones, y se sitúan en el amplio campo de la razón práctica;
averiguar, por ejemplo, cuáles pueden ser las normas que deben regir el
comportamiento de una sociedad, es tarea que exige rigor intelectual y un
adecuado uso de la razón, en la que es ineludible ir aceptando soluciones, aún
a sabiendas de su fragilidad y provisionalidad. Nos encontramos con problemas
de relación, es decir, los que nos plantea el necesario esfuerzo de alcanzar
una cierta visión global y coherente del conjunto de saberes y prácticas en
las que nos hallamos inmersos. Por último, para completar una discutible y
problemática agrupación de problemas, nos encontraríamos con problemas de
interpretación y donación de sentido, más perentorios si cabe que los
anteriores, pero igualmente complejos y díficiles de resolver.
Posiblemente
esa convivencia permanente con los aspectos más problemáticos de la existencia
sea lo que proporciona ese aire de familia al peculiar gremio de los
filósofos.
2. EL ESTATUTO ACADEMICO DE LA FILOSOFIA
Es
bastante problable que lo que acabo de exponer no haya suscitado ningún
consenso unánime y entusiasta, por más que haya intentado ser bastante generoso
en mi esfuerzo por buscar un marco de referencia o unos criterios de
delimitación. Pero lo malo es que, aunque hubiera conseguido un consenso
sustancial, todavía nos quedaría una ardua tarea: mostrar que la filosofía
así entendida puede y debe estar en la enseñanza obligatoria y en el
bachillerato [1]. Para no dejar nada en el
tintero, estoy pensando obviamente en su presencia en los niveles más
elementales, es decir, en la presencia de la filosofía desde la más tierna
infancia.
Que de
hecho estamos, parece ser prueba evidente de la posibilidad de enseñar
filosofía en los niveles mencionados, al menos constatación empírica de su
posibilidad. Eso a pesar de que, como dijimos al principio, es excesiva la
diversidad de cosas que se enseñan bajo el rótulo de Filosofía. Pero como no se
trata de recurrir a pruebas fácticas, sino de entrar en justificaciones y
fundamentaciones, es mucho más lo que nos queda por hacer. No podemos recurrir
a grandilocuentes afirmaciones, muy al uso entre nosotros, que aluden a la inevitable
presencia de la filosofía si queremos preservar el espíritu crítico y la
capacidad de globalización integradora en nuestros alumnos. Dicho así, sin
más, no pasa de ser pura retórica [1]. La verdad es que podemos
encontrarnos con todas las combinaciones posibles: alumnos críticos que nunca
estudiaron filosofía; alumnos no-críticos que nunca estudiaron filosofía;
alumno críticos que sí la estudiaron; y alumnos no-críticos que sí la
estudiaron.
Lo que
quiero esbozar a continuación es un mínimo programa de trabajo, en el que
deberíamos implicarnos sí queremos que nuestras seductoras voces sigan
escuchándose en las aulas. Para empezar, parece imprescindible enunciar con
cierto rigor y orden qué objetivos pretendemos alcanzar con la enseñanza de la
filosofía. Esos objetivos tienen que ser enumerados de forma extensa y precisa,
sin recurrir a vagas generalizaciones. Obviamente, los objetivos vendrán dados
por la especificidad de la asignatura y en ese sentido dependerán de todo lo
dicho en el primer apartado. Parece que podríamos tratar de desarrollar la
capacidad de razonar, la destreza en la elaboración de disertaciones o la comprensión
lectora en un sentido hermenéutico, pero creo que esto no es todavía
suficiente. Podríamos igualmente aludir a nuestra contribución al desarrollo
moral, pero es algo mucho más complejo de lo que parece a simple vista. Nos
quedaría todavía el recurso mencionar el deseable objetivo de esa globalidad o
integralidad que sirva de contrapeso a una especialización tan necesaria como
amenazadora. Todos ellos, si los precisamos algo más, pueden convertirse en
claros objetivos de la enseñanza de la filosofía.
Una vez
definidos los objetivos, tendríamos que pensar a qué edades sería conveniente
introducirlos y cuál sería la metodología adecuada para alcanzar eso que está
tan de moda, un aprendizaje significativo [1].
No es lo mismo enseñar a niños que a adolescentes o adultos; cualquier
objetivo de carácter general debe encontrar una cierta concreción adaptada a
los niveles de desarrollo personal de los destinatarios de la enseñanza.
Algunos preferirán reservar la filosofía para la enseñanza postobligatoria,
pero eso podría terminar convirtiéndose en un flaco servicio a las
posibilidades educativas de nuestra materia; poca enjundia formativa tiene una
asignatura que no pretende dirigirse a todos y cada uno. Otros dirigirán sus
ojos incluso a preescolar, pero deberán demostrar que lo que están haciendo
es filosofía y no otra cosa.
Supongamos
que nuestro programa de trabajo va sobre ruedas y ya hemos conseguido definir
los objetivos y además los hemos periodizado atendiendo a las edades,
elaborando los métodos y materiales necesario para su enseñanza. Pues bien, la
administración educativa nos pedirá a continuación que demostremos que de
verdad conseguimos lo que decimos. Por propia experiencia sé que no es tarea
fácil, aunque es muy instructivo someterse a esas horcas claudinas. Hay que
diseñar pruebas e investigaciones adecuadas que arrojen algo de luz sobre lo
que de hecho ocurre en nuestras aulas y sobre lo que los alumnos terminan
aprendiendo después de uno o dos cursos expuestos al aprendizaje de la
filosofía. Puede haber un abismo insalvable entre lo que ofertamos en el
mercado educativo y lo que estamos dando; en algunos casos esto podría ser
consecuencia de utilizar metodologías inadecuadas, pero en otros muchos
podría ser simplemente una constatación de la inadecuación entre los objetivos
pretendidos y la asignatura [1].
Como si
de una carrera de obstáculos se tratara, salvados todos los anteriores todavía
nos encontraríamos con uno nuevo. En unos momentos en los que nuestros alumnos
suelen estar sobrecargados de programas y disciplinas, víctimas de la
complejidad social a la que tendrán que hacer frente en su día, pero también
del excesivo "celo" profesional de los docentes, hace falta demostrar
que tenemos que continuar impartiendo clase, y mucho más todavía hay que
demostrar que debemos estar en edades en las que hasta ahora no estábamos. Es
decir, que los objetivos señalados no sólo son valiosos, sino que sólo pueden
alcanzarse a través dela filosofía. Hay muchos psicólogos y pedagógos, así como
muchos responsables de la política educativa que podrán estar totalmente de
acuerdo con los objetivos que fijemos, pero a continuación nos dirán que para
alcanzarlos no es en absoluto necesaria la presencia de la filosofía. Eso lo
afirman rotundamente cuando se trata de aprender a pensar o desarrollar un
espíritu crítico.
Es
cierto que podemos encontrar esos objetivos fundamentales que persigue la
enseñanza de la filosofía, y basta con reformular lo que hemos mencionado
acerca del estatuto teórico de nuestra disciplina. Existe ya alguna
bibliografía que muestra que la filosofía puede estar desde edades muy
tempranas, siempre y cuando sepamos adaptar sus contenidos y procedimientos al
nivel de desarrollo de los alumnos. Contamos también con algunos trabajos de
investigación que muestran que impartiendo filosofía se consiguen esos
objetivos, e incluso se consiguen avances que no logran los alumnos que no
estudian filosofía. Por último se puede argumentar con cierta solidez que esos
objetivos, admitidos como fundamentales por los que diseñan la política
educativa, van a ser difícilmente adquiridos si no se recurre a la filosofía
como disciplina troncal; en el peor de los casos se puede argumentar con sólidas
razones que les merece la pena a los propios alumnos el seguir cursos de
filosofía. Pero en estos momentos son aportaciones insuficientes que necesitan
un trabajo mucho mayor; desgraciadamente, en mi opinión, es poco lo que se
puede leer en revistas especializadas sobre todos estos puntos y el trabajo
que queda por hacer es inmenso. Es por eso por lo que he preferido en este caso
limitarme a perfilar unas áreas de trabajo, sin elaborar siquiera mínimamente
un esbozo de respuesta [1].
3. RAZONES E INTERESES
Estoy
escribiendo este artículo en un preciso momento, en tiempos de transformación,
al menos aparente, del sistema educativo y en días en los que soplan vientos más
bien desfavorables para la presencia de la filosofía. Los del gremio pecamos a
veces de excesiva confianza en la capacidad de la razón para guiar la vida de
los seres humanos y, aun reconociendo teóricamente aquello de la voluntad de
poder y de los intereses, somos luego excesivamente torpes cuando llega el
momento de pasar a la acción. Hay que aportar razones, sin duda; pero también
hay que ejercer presión y usar el poder para incidir en el complejo amasijo de
intereses que definen el panorama educativo [1].
Convencidos de que nuestra disciplina es importante para los alumnos y
respaldados por un riguroso trabajo de investigación educativa al que hacíamos
mención antes, llega el momento de actuar. Frente a algunas afirmaciones
pesimistas, creo que tenemos abiertos varias líneas de intervención que en
ningún caso deben ser descuidadas. La poquedad de espacio me obliga a ser muy
breve. Prescindo además de hacer alguna alusión expresa al futuro
bachillerato. Creo que en ese ámbito basta con seguir trabajando en la
fundamentación teórica y en la propuesta de un diseño básico como se viene
haciendo, por ejemplo en el ámbito de la SEPFI, y seguir ejerciendo como grupo
legítimo de presión en los centros de poder del Ministerio.
3.1. El ámbito de la filosofía práctica
La
enseñanza de los valores, en concreto de los valores democráticos, es un tema
que preocupa seriamente en el mundo occidental. Ese campo sigue abierto y en él
podemos y debemos estar presentes. Si nos atenemos a nuestro caso específico,
es un ejemplo claro de cómo un grupo de profesionales de la enseñanza,
sólidamente organizado, con capacidad de trabajo y de propuesta, y con
capacidad de presionar en todos los pasillos habidos y por haber, puede
terminar consiguiendo que un área que se había caído por motivos de sobra
conocidos, haya vuelto a ser considerada y cuente en estos momentos con serios
avales.
3.2. El ámbito de las Ciencias Sociales, Geografía e
Historia
Si
cogemos las propuestas de diseños curriculares básicos para la enseñanza
secundaria obligatoria y no las leemos con esquemas previos, podremos observar
con facilidad que parte de los objetivos que se proponen en este área y parte
de los contenidos que ahí se incluyen coinciden con parte de lo que venimos
haciendo hasta ahora en filosofía. Por inercia exclusivamente, parece que hay
un acuerdo tácito de asignárselo a los profesores de Geografía e Historia, pero
no tienen muchos más títulos para hacerlo que nosotros. El profesor de área es
una figura con existencia sólo teórica, por lo que ninguno de los actuales
profesores puede reclamar con más fuerza al adscripción de un área
determinada, aunque haya ciertos bloques más o menos definidos.
Es
posible que el problema resida más bien en que casi nadie quiere saber nada de
ese período de la enseñanza secundaria obligatoria, pero ahí está abierta la
puerta para los que quieran asumir el reto. A pesar de ello, sería
absolutamente factible incluir dentro de ese área una historia de las ideas o
un esbozo de filosofía social y práctica. Como he dicho, no atentaría en nada
contra la letra de las propuestas ministeriales; mucho menos atentaría contra
el espíritu más innovador de la reforma. Además, no olvidemos que en los nuevos
planteamientos educativos se dejará un mayor margen de libertad a los
profesores para que traduzcan los diseños curriculares básicos en propuestas
efectivas de trabajo en el aula.
3.3. El área de las optativas
En este
caso, el abanico de posibilidades es mucho mayor de lo que parece. Ya vamos
teniendo algunas experiencias de trabajo en el campo de las famosas EATP del
bachillerato actual, y son varios los compañeros que han logrado implantar en
su centro una asignatura optativa en la que, con un grupo de alumnos más
reducido y más interesado, han podido ampliar la presencia de la filosofía. La
ventaja añadida es que han podido dar alas a sus propias inclinaciones específicas
dentro del amplio mundo de la filosofía y que han podido profundizar algo más
en la innovación pedagógica.
El
campo de las asignaturas optativas seguirá creciendo en los próximos años, y
con ello la posibilidad de que en cada centro se realice una oferta variada y
sugerente. Puede parecerme mal que los alumnos de un bachillerato de ciencias
no tengan como asignatura obligatoria dos cursos de filosofía, aunque es
posible que con uno bastara. Pero que duda cabe que estará abierta la
posibilidad de ofrecer a los alumnos de ciencias, por ejemplo, cursos sobre
temas específicos que puedan suscitar su interés y enriquecer su formación.
Bien mirado, a lo mejor salimos ganando. Y lo mismo se puede decir de las
optativas en los dos últimos años de la enseñanza secundaria obligatoria. El panorama, al final, quizás
sea algo más variado y más rico.
3.4. Nuevos caminos
Mi
experiencia personal en los últimos años me sugiere que no conviene aceptar con
demasiada rapidez el marco establecido y que quizás sea posible abrir nuevos
frentes no previstos por las disposiciones legales vigentes. Claro está que
esto sólo es válido si estamos hablando de la necesaria presencia de la
filosofía en un proceso educativo, y no nos limitamos a la legítima defensa de
nuestro ejercicio profesional como profesores de filosofía. Hasta ahora hemos
pensado siempre en los dos o tres años de bachillerato superior, pero hay que
reconocer que las posibilidades, por arriba y por abajo, son mucho mayores.
Por una
parte es un hecho que la inclusión de la filosofía en la enseñanza elemental
está gozando de una amplia aceptación, tanto en este país nuestro como en otros
muchos más o menos similares a nosotros. No es en absoluto descabellado el
imaginar un futuro en el que la filosofía haya adquirido un cierto protagonismo
como disciplina troncal en un sistema educativo básico y obligatorio. Pero lo mismo
se puede decir si miramos hacia arriba. Las necesidades de formación permanente
van aumentando con el paso de los años; cada vez carece más de sentido la
pretensión de terminar los estudios de una vez por todas cuando se termina la
adolescencia. La formación permanente de adultos es un vasto campo que se
amplía más y más y hay razones fundadas y algunas experiencias interesantes
que avalan la posibilidad de introducir la filosofía en esos estudios o cursos [1].
Mi
modesta impresión es, por tanto, que no son momentos para el desánimo, la
desorientación o la perplejidad. Más bien son tiempos que ofrecen grandes
posibilidades y que nos invitan a un trabajo constante, animados por una
prudente confianza. Los vínculos entre la filosofía y la educación, como bien
señalaran Sócrates y Platón, son mucho más profundos de lo que una mirada
superficial pueda descubrir.
[1].
GARCIA MORIYON, F.: "Algunas falacias profundamente arraigadas" en
Diálogo Filosófico nº 12 (Madrid, 1988) pp. 353-358
[1].
BOLIVAR BOTIA, A.: "Modelos de enseñar filosofía" en Diálogo
Filosófico, nº 8 (Madrid, 1988) pp. 188-198. Es una buena exposición general,
resaltando las posturas enfrentadas.
[1].
La bibliografía al respecto podría ser enorme. Me limito a citar un reciente
artículo que me ha parecido sugerente y que puede ser bastante abierto en su
planteamiento, DE DIJN, H.: "La filosofia come riflessione e como
conversazione" en Bolletino della Società Filosofica Italiana nº 138
(Milano, 1989) pp. 5-22.
[1].
Recuérdese la primera regla cartesiana. Comte goza de menos aceptación entre
los filósofos, pero puede que merezca la pena volver a leerlo, al menos si
seguimos la propuesta de MUGLIONI, J.: "L'actualité d'Auguste Comte"
en VV.AA.: Auguste Comte, Qui êtes-vous?. La Manufacture. Lyon, 1988. pp.
181-209
[1].
Se puede defender una presencia de la actitud crítica sin necesidad de hablar
expresamente de la filosofía. Es
el caso de SIEGEL, H.: Educating reason: rationality, critical thinking and
education. Routledge & Keagan Paul. London, 1988. O reivindicando
la filosofía, pero no como asignatura, como hacen DEARDEN, R.F.; HIRST, P.H.;
PETERS, R.S. Y OTROS: Educación y desarrollo de la razón. Formación del
sentido crítico. Narcea. Madrid, 1982. Y, por último, se pueden encontrar
variadas ofertas que nada tienen que ver con la filosofía, como las recogidas
en NICKERSON, R.S.; PERKINS, D.N.; SMITH, E.E.: Enseñar a pensar. Aspectos de
la aptitud intelectual. Paidos/MEC. Barcelona, 1988.
[1].
También en este caso podemos recurrir a diversos autores. Posiblemente Lipman
sea uno de los que ha señalado con énfasis esta dimensión, aunque sin reducir
la filosofía a una cuestión de procedimientos racionales. Precisamente critica
a Kohlberg por haber reducido al desarrollo cognitivo la aportación de la
filosofía. LIPMAN, M.; SHARP,
A.M.; OSCANYAN, F.S.: Philosophy in the Classroom. Temple Univ. Press.
Philadelphia, 1980 (2º ed.). En prensa está su última obra, LIPMAN, M.:
Thinking on education, donde elabora más la noción de pensamiento crítico y
creativo y las destrezas cognitivas de alto nivel. Posiblemente en España quien
más insista en esta cuestión de los procedimientos sea IZUZQUIZA, I.: La clase
de filosofía como simulación de la actividad filosófica. Anaya. Madrid, 1982
[1].
Algunos quieren mantener una falsa polémica entre contenidos y procedimientos,
insistiendo más en lo sustantivo de la filosofía. Basta echar una ojeada al
famoso libro de texto Symploke para observar uno de los extremos o la obra de
Orio de Miguel o el grupo Adarra para situarse en el extremo contrario.
Recordemos lo que Hegel decía de Kant y su insistencia en enseñar a filosofar:
"suivant la maladie moderne, particulièrement la pédagogie, on ne doit
pas tant être instruit dans le contenu de la philosophie que l'on ne doit
apprendre à philosopher sans contenu; ce qui signifie à peu près ceci: on doit
voyager et toujours voyager, sans apprendre à connaître les villes, les
fleuves, les pays, les hommes, etc." El texto procede de una carta a
Emmanuel Niethammer y lo he recogido en VINSON, A.: "Philosophie,
instruction et education" en L'Enseignement philosophique, 40 anne. nº 5
(París, 1990) pp. 43-48
[1].
Es, posiblemente, la posición que en estos momentos cuenta con más defensores
teóricos, aunque no estoy seguro de que sean muchos los que la aplican. Una
buena posición global sería la de MARTENS, E.: Dialogisch-pragmatische
Philosphiedidaktik. Herman Schroedel Verlag. Hannover. Hannover 1979. Más
reciente, ENGELS, H.: "Vorschlag, den Problembegriff einzugrenzen" en
Zeitschrift für Didaktik der Philosophie, heft 3/90. 12 Jahrgand. (Hannover, 1990) pp.126-134
[1]. Son sumamente
interesantes las críticas de JOHNATAN, R. Y BLAKE, N.: "Philosophy in
schools: a request for clarification" en Journal of Philosophy of
Education, vo. 22, nº 2 (London, 1988) pp. 221-228. Critican la defensa
de la presencia de la filosofía realizada en el mismo número por MACDONALD
ROSS, G.: "Philosophy in schools", pp. 207-220, quien responde a las
críticas de Johnatan y Blake a continuación: "Philosophy in Schools: a
reply to Johnatan & Blake", pp. 229-238. Ambos debaten dentro de un
marco de referencia que no es el usual entre nosotros, lo que hace que sea
todavía más interesante la discusión.
[1].
Se trata, obviamente, de una generalización excesiva. En esa línea hay
argumentaciones muy valiosas, por ejemplo BOURGEOIS, B. et al.: Philosophie
école. Même combat. PUF. Paris, 1984. Estánen la línea de la Association des
Professeurs de Philosophie de l'Enseingement Publique de Francia, que viene
librando una dura batalla contra el Ministerio de Educación francés para
preservar la filosofía tal y como se ha enseñado tradicionalmente en la
secundaria del pais vecino. La SEPFI viene trabajando en la misma línea, y
bastaría con consultar las conclusiones de nuestros sucesivos congresos.
[1].
Sin desmerecer otras aportaciones, sigo pensando que la propuesta más global,
más sólida y más coherente en estos momentos es la representada por Filosofía
para Niños. Además del libro de Lipman ya citado y de los cuatro manuales
publicados hasta la fecha en castellano, podemos recordar mi resumen en GARCIA
MORIYON, F.: "Filosofía para Niños, una propuesta sólida y coherente"
en Revista de Filosofía y Didáctica de la Filosofía nº 5 (Madrid, 1987) pp.
37-56
[1].
Personalmente he dirigido ya dos investigaciones. En la primera, realizada
entre 1988 y 1989, comprobamos que los alumnos que habían dado clase de
filosofía utilizando el método de Filosofía para Niños obtenían mejores
resultados en comprensión lectora, inteligencia general y razonamiento. Otra
realizada en 1990 no está terminada todavía, aunque ya hay algunos resultados
previos en GARCIA MORIYON, F.: "Research on ethical education"
ponencia presentada en la III conferencia internacional del ICPIC, celebrada en
junio de 1990. De todas formas, es mucho lo que queda por hacer y estamos
diseñando nuevas investigaciones. Son muy ilustrativas las aportaciones de BLASI,
A.: "Las relaciones entre el conocimiento moral y la acción moral; una
revisión crítica de la literatura" en TURIEL, E.; ENESCO, I.; LINAZA, J.
(COMP.): El mundo social en la mente infantil. Alianza. Madrid, 1989.
pp.331-388. Aunque habría mucho que discutir, las investigaciones realizadas
parecen mostrar una cierta correlación entre desarrollo del razonamiento moral
y desarrollo moral.
[1].
Una vez más nos limitamos a mencioanr algunas obras de interés relacionadas
con lo que estamos diciendo. MATTHEWS, G.B.: El niño y la filosofía. FCE.
México, 1983. LIPMAN, M. Y
SHARP, A.M.: Growing up with Philsophy. Temple Univ. Press. Philadelphia, 1978.
SCHULZ, W.: "Praktisches Philosophieren und Schulreform" en Zeitschrift
für Didaktik der Philosophie. Heft 3/89. 11 Jahrgang (Hannover, 1989)
pp. 153-158
[1].
Vuelvo a citar el caso de los franceses. Se organizan seriamente, aunque eso
les valga ser tachados de grupo de presión por Jospin. Vease, por ejemplo, el
debate provocado por un informe redactado por Derrida y Bouveresse sobre la
enseñanza de la Filosofía en Esprit, nº 158 (París, enero 1990) pp.127s.
También es destacable el éxito obtenido por la Sociedad Portuguesa de Filosofía
que logró parar la desaparición de la filosofía en la reforma de la enseñanza.
[1].
Creo que abre perspectiva muy interesantes, coherentes con todo lo que se viene
diciendo en los ultimos años en los organismos internacionales el reciente
informe de la Unesco Sobre el futuro de la educación hacia el año 2.000.
Narcea. Madrid, 1990.